Domingo Fernández Maroto. Profesor-tutor Centro Asociado a la UNED Ciudad Real-Valdepeñas
De todos es sabido la buena fama del vino “Valdepeñas”; a esa fama internacional ha contribuido que durante siglos las cuevas excavadas en la roca caliza de esta localidad manchega hayan servido para dar esa personalidad a sus vinos que se conservaban en las tinajas de barro.
Durante siglos, el vino, ese néctar con el que los dioses del Olimpo regaban sus banquetes, se ha hecho, ha tomado cuerpo y ha envejecido a varios metros de profundidad, en la soledad y el silencio penumbroso de unas cuevas centenarias, que llegaron a ocupar cientos de metros de galerías que, hasta hoy, horadan las entrañas de Valdepeñas.
Sin embargo, estas cuevas, hechas muchas de ellas ya en el siglo XVI y aumentando en tamaño y capacidad durante los siglos siguientes, hasta el último tercio del siglo XIX en donde se excavan con asombrosa profusión para dar cabida a una producción de vino cada vez más abundante, han servido a lo largo de la Historia para algo más que el cometido inicial para el que fueron concebidas; de hecho, en dos momentos concretos de nuestra historia local, una funcionalidad básica ha sido servir de refugios para proteger y salvar a la población en tiempos de conflictos bélicos.
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